lunes, 2 de diciembre de 2013

La primera vez que me enamore


La primera vez que la mire fue hace a los 16 años. Es indescriptible ese primer instante, un miércoles mientras corría por la explanada central de cch Vallejo para llegar a mi primera clase (tarde como siempre), todo agitado y con la preocupación que tenemos los alumnos que somos impuntuales y no entendemos, y de repente… un tipo que pasó junto a ella grito, lo cual me hizo voltear inmediatamente, y ahí estabas ella, sentada en una banca con su mochila verde en las piernas, y un semblante de tristeza en el rostro que apenas dejaba ver ese cabello negro que tantas veces durmió en mi almohada.

Su mirada perdida y ese color de piel canela me dejo anonadado, me encanto su sonrisa y esa manera tan suya de hacer rollito pedacitos de papel que sacaba de la mochila, acción que durante los cuatro años y medio siguientes pude apreciar en innumerables ocasiones.

Mis ojos se fijaron en ella y ya no pude correr, así nada más me detuve y me quede mirándola, hasta lo agitado se me quito y que hablar de la prisa que llevaba, no sé si fueron 5 o 10 minutos o una hora los que estuve parado, pero cuando llegue a mi clase, ya había terminado; el caso es que después de un momento cuando ella se percató de que la miraba, así que traté de disimular sentándome en la banca de enfrente y sacando un cuaderno en el que comencé a dibujarla.

Recuerdo bien aquella mañana en que el tiempo se detuvo, la examine tanto; llevaba puesta una blusa negra de botones, la cual no se observaba bien, porque se cubría el pecho con recelo  con una sudadera negra de cierre, tenía una  bermuda beige y unos tenis rotos (después me entere que eran los únicos que tenía desde hace un año, desde la separación de sus padres). Sus manos, con algunas cicatrices (después me contó que era por el tiempo que había trabajado para ayudar a su mama con los gastos de la escuela de sus hermanitos)  y sus piernas llenas de moretones (ocasionadas obviamente por su descuido al caminar); su cabello negro y lacio, un poquito arriba de los hombros apenas permitía ver esos aretes plateados.

No me olvido de ese momento, estaba ahí sentada abrazando la mochila y comenzó a llorar, sacó papel higiénico y se limpió los ojitos, tal vez nunca lo he contado, pero fue tan conmovedor ese momento que hasta se me salieron un par de lagrimas.

Simplemente es indescriptible la sensación que experimentó mi cuerpo esas dos horas, pase de la sorpresa a la angustia, de la desesperanza a la desesperación y cuando lloró se me partió el corazón, me hubiera gustado en ese momento abrazarla y decirle que todo estaba bien, pero no fue así. Mis entrañas en ese momento se hacían añicos, sentía como un hueco en el estomago y como que el corazón me palpitaba más rápido.

Cuando se levantó de la banca la seguí un poco hasta que entró a su salón, en el que ya estaban todos sus compañeros y su maestro comenzando la clase. Hasta pensé en entrar, para seguirla mirando, pero como todo buen cobarde, me di la vuelta y me fui.

Esta por demás decir que después de mirarla sentado por dos horas, mi cuerpo estaba acalambrado, pero aún así yo sentía como que flotaba, me temblaban las piernas y tenía una sensación en el pecho, que jamás a mis 16 años de escasa existencia había tenido, era como cuando lloras por un largo rato y ya cuando el pecho no da para más intentas llenar los pulmones con grandes bocanadas de aire.

Después de ese primer encuentro me dirigí a mi clase al edificio G, y para sorpresa mía ya había terminado, entonces fue cuando me percate que si había pasado muchísimo tiempo, pero la verdad es que no sentí que transcurriera, le conté todo a mi amigo Gabriel, y creo que él me notó raro.

Cuando terminó mi segunda clase, volvía a la explanada y no la encontré, fui al salón al que entró y no había nadie, como que me sentí abandonado y desesperanzado.

Todo lo que resto de ese día me quede pensando en ella, la dibuje como 10 veces, y comencé a fantasear, después me pregunte, ¿tendrá novio? Y casi inmediatamente me conteste: Imbécil!, no le pediste el teléfono, ni siquiera se en que semestre va, ni en donde encontrarla, no sé ni su nombre.

Lo que resto de la semana la busque, recorrí toda la escuela junto con el Gabo, ya ni entre a clases el viernes, pues me la pase buscándola, pero no la encontré. El fin de semana fue eterno, lunes y martes me hicieron esperar con ansía a que llegara el miércoles y por fin llegó ese día; por primera vez llegue temprano a la escuela (cosa rara porque jamás había llegado temprano) me dirigí al salón al que ella había entrado la semana anterior y me senté y espere por dos horas y nunca llegó. Ya cansado de esperar cuando salieron los alumnos de esa clase, mejor me fui, resignado a no volverla a ver.

Al día siguiente, mientras estábamos en una práctica de laboratorio, llegó tarde mi amigo y me dijo: oye wey, esa niña que esta allá afuera sentada, no es la que me contaste, se parece mucho al dibujo que hiciste. Entonces voltee hacia afuera y ahí estaba ella.

Entonces otra vez mi estomago se retorció y me salí  de la clase, me senté junto a ella, y me miró molesta, le pregunte su nombre, pero habló tan bajo, que no la escuche, entonces me presente, le di la mano y ella se rió tímidamente, le pregunte si había desayunado,  y me dijo que no, porque ese día llegó caminando a la escuela desde la villa porque no tenía dinero y no la dejaron entrar a su clase porque llegó tarde; y así, de la nada nos fuimos a desayunar a la cafetería y después de ese momento no nos separamos en los cuatro años y medio siguientes.

Explicarme que sucedió esa mañana es imposible, y más aún, como hasta el día de hoy aunque ya no esté con ella,  jamás he experimentado nuevamente esa sensación, que me hizo perder la razón y experimentar él más puro y tierno amor a los 16 años.

Hablar de lo mucho que la amo, ya no tiene caso, pero hablar de lo mucho que la ame y de todo lo que hicimos y deshicimos juntos es toda una experiencia que cada vez que la cuento, conserva esa esencia de lo bonito que es una relación y de lo lejos que se sueña con apenas 16 o 17 años de edad.  

Vivimos y crecimos juntos 4 años y medio, aprendimos tanto el uno del otro, y todavía hoy día aunque no la he vuelto a ver, me pregunto ¿dónde está? Y ¿qué estará haciendo? Y espero que de repente en uno de sus pensamientos fugaces se pregunte lo mismo acerca de mí.